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El laberinto de los morenistas



Por Julio Zenón Flores Salgado

¿Cómo entender lo que pasa hoy en el seno del partido de Regeneración Nacional (Morena), en donde el dirigente nacional, Alfonso Ramírez Cuellar, llevó a la Fiscalía General de la República (FGR) una denuncia en contra de la ex dirigente de ese mismo partido, Yeidkcol Polevnsky, por lavado de dinero y uso de recursos de procedencia ilícita, en tanto la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia (CNHJ) suspendió sus derechos al aspirante a la dirigencia nacional, Alejandro Rojas Díaz-Durán, por seis meses, acusado de realizar actividades de promoción personal fuera de los plazos señalados en sus estatutos, justo a unos días de que ellos participaran en el proceso que debiera realizarse en julio próximo?
Bien podría analizarse desde la perspectiva de lo que pasó en Rusia, en la era de Stalin, que persiguió a sus detractores y confinó a miles de ellos a Siberia y a otros los fue cazando por el mundo, acusados de contrarrevolucionarios; una de sus víctimas fue León Trotski, de los pioneros de la revolución, asesinado en la Ciudad de México.
Prefiero hacerlo apoyado en la obra literaria del escritor mexicano Octavio Paz, que en su libro "El laberinto de la soledad", publicado a mediados del siglo XX, describe al mexicano de ese tiempo… y al de ahora, como alguien que se enmascara, constantemente en sus festejos y fiestas, pero en general en la vida diaria, que le permite enfrentar a sus demonios que se inventa afuera.
Y Así van cambiando de máscaras, del comunismo al socialismo, del socialismo al PRI o al PRD, del PRD, al PAN o al PVEM, al PT, al PES, cambiar de máscara, es lo que cuenta.
El poeta Paz escribió en esa obra:
"Razas víctimas de un poder extraño cualquiera (los negros norteamericanos por ejemplo), entablan un combate con una realidad concreta. 
Nosotros en cambio, luchamos con entidades imaginarias, vestigios del pasado y fantasmas engendrados por nosotros mismos. Esos fantasmas y vestigios son reales, al menos para nosotros. [...] son intocables e invencibles, ya que no están fuera de nosotros, sino en nosotros mismos. [...] el mexicano actual, como se ha visto, puede reducirse a esto: el mexicano no quiere o no se atreve a ser él mismo".
¿O no vemos al que impulsaba marchas y plantones a San Lázaro, ahora condenándolas? Se entiende que cambió de máscara y se inventó nuevos monstruos. 
Y así es, y así ha sido:
El que tiene el poder, el mando, en la izquierda mexicana siempre ha sido así, juzga desde su púlpito a quienes cree que planean desviar el camino del cambio por el que se ha luchado, de la senda de la revolución, en este caso de la transformación ( 4T), de quienes no vienen del mismo núcleo original del que manda, o no fue al mismo círculo de estudios, o da la imagen de ser un pequeño burgués, de que le gusta la buena comida o la buena ropa, o que se siente a dialogar con un amigo que milita o simpatiza con otro partido político; y una vez juzgados, les pone cuernos y cola y les busca hasta en sus pasado y entre sus cuadernos y archivos los motivos para sancionar y expulsar, "antes de que contaminen más al partido y lo pueblen de monstruos, de esos monstruos a los que se refiere Octavio Paz, que nosotros vemos afuera, pero que en realidad están en nuestro propio interior. 
De ponerse esas máscaras, y no solo en los festejos pueblerinos, sino en nuestra vida diaria, surgen corrientes, como lo fue en la vieja izquierda del PCM y los núcleos guerrilleros y como lo fue en el PRD, que a la postre les llevó a su fatiga rápida y ahora están surgiendo y expandiéndose en Morena, en donde cada quien lucha contra sus monstruos y eso amenaza convertirse en carnicería. 
Se está perredizando, dicen desde algunos círculos.
De ahí la persecución, con la idea de "chingar" (en el sentido de la definición del poeta Octavio Paz) al otro.
Al respecto se lee en El laberinto de la soledad: "La palabra chingar, con todas estas múltiples significaciones, define gran parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas. 
Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o ser chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa. Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles. 
Los fuertes – los chingones sin escrúpulos, duros e inexorables– se rodean de fidelidades ardientes e interesadas. El servilismo ante los poderosos – especialmente entre la casta de los "políticos" esto es, de los profesionales de los negocios públicos– es una de las deplorables consecuencias de esta situación. 
Otra, no menos degradante es la adhesión a las personas y no a los principios. Con frecuencia nuestros políticos confunden los negocios públicos con los privados. 
No importa. Su riqueza o su influencia en la administración les permite sostener una mesnada que el pueblo llama, muy atinadamente, de "lambiscones" (de lamer)" (Octavio Paz, op cit).
Y Así, persiguiendo los monstruos, para los cuales nos ponemos las máscaras, con la intención de chingarlos, el Morena, que nació basado en la esperanza popular de cambiar lo negativo de la clase política, encabezada por un hombre que hace lo que puede por recorrer el país pontificando sobre el cambio moral que hace falta, para que el rumbo no se pierda, y no retroceda, se llega a acciones que si bien pueden tener un fundamento legal o legítimo, puede interpretarse como un intento de "chingar", de deshacerse de dos competidores principales a la dirigencia nacional -Polevnski y Rojas- y dejar el paso libre a la que queda con la ventaja: Bertha Luján, y que ese ejemplo cunda a todos los estados; Guerrero, por ejemplo, donde al menos tres corrientes ya se miden con la mirada y se tiran con todo. 
xxx

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