Por Redacción
En medio de la crisis permanente que vive Acapulco, exacerbada por desastres naturales y una violencia estructural que no se resuelve en tres años ni con discursos fáciles, una parte del debate público ha sido secuestrada por la burla y la condescendencia. Las redes sociales y ciertos espacios mediáticos han convertido en deporte el escarnio contra la alcaldesa Abelina López Rodríguez, como si su acento, su origen o su estilo bastaran para invalidar su gestión, sus decisiones o su representación legítima.
Frente a ese intento de linchamiento disfrazado de crítica, resulta reveladora la postura del secretario de Organización de Morena, Andrés Manuel López Beltrán —hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador—, quien en un breve pero contundente mensaje recordó lo esencial: que en el sur de México, en Guerrero, y particularmente en Acapulco, se ejerce el gobierno con más oficio político, más conexión con el pueblo y más sentido de responsabilidad que en muchos otros lugares, incluso comparado con figuras como el senador estadounidense Ted Cruz.
Porque sí, mientras Cruz se toma selfies en catástrofes ajenas y se dedica a hacer política con el sufrimiento de los otros —recordemos su escandaloso escape a Cancún en plena tormenta invernal que dejó sin luz a millones de texanos—, acá, en el sur del país, hay presidentes municipales enfrentando la adversidad con escasos recursos, con instituciones golpeadas y con una ciudadanía que exige resultados, no pretextos.
¿Perfecta la alcaldesa Abelina? Nadie lo es. Pero el linchamiento hacia su figura no se basa en un análisis técnico de su desempeño, sino en prejuicios clasistas, racistas y centralistas. Se ridiculiza su habla, su forma de vestir, su origen campesino, como si esas características fueran sinónimo de ineptitud. Lo que molesta no es que Abelina gobierne mal, sino que se atreva a gobernar, y que lo haga desde una raíz popular, sin pedir permiso ni imitar los códigos de la élite política tradicional.
López Beltrán acierta al poner el foco en la comparación: mientras en Washington o en Austin se hace política desde el espectáculo, en Guerrero se hace desde la sobrevivencia. Y eso, aunque parezca increíble a ciertos opinadores de poltrona, implica mucho más carácter, valentía y responsabilidad que lo que vemos en algunos senadores de traje caro y conciencia barata.
En un país tan desigual, no basta con evaluar a los gobiernos con la misma vara; hay que mirar también las condiciones. Y si queremos construir una crítica seria, útil y justa, deberíamos comenzar por reconocer que, en Guerrero, se resiste, se lucha y se gobierna en un terreno donde muchos no durarían ni una semana.
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