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Las ruinas del parque Papagayo...con olor a ...


"Si el parque muere, yo muero" Carmen Chávez Varela, en su huelga de hambre


Por Julio Zenón Flores

Cada vez es más desalentador ejercitarse, caminar, recrearse en el parque Ignacio Manuel Altamirano, mejor conocido como parque Papagayo y que debiera ser rebautizado como el parque de la caca, del abandono, del lumpen.
Y es que el deterioro es evidente, no sólo en los destrozados aparatos para ejercitarse que atrajeron, en su momento, a un segmento de la población formado por la clase media, empresarios, funcionarios, profesionistas, preocupados por mantener una buena salud en relación con la naturaleza.
Algunos clubes de meditación y yoga; convenientes tienditas de agua de coco y café, se instalaron silenciosamente en su entorno, pagando su rigurosa cuota de funcionamiento.
Ese segmento se fue descomponiendo hacia el ruido regatonero y cumbiambero del peor nivel arrabalero, que empezó a sonar por cada 50 metros de su descolorido sendero adoquinado y sembrado de señoras gordas contoneándose al son del engaño oficial de que la zumba las estilizaría, en ruda competencia por el espacio auditivo a decibeles que hacen perder la armonía de la composición musical.
Tampoco por su perenne sobrepoblación de gatos, que de vez en cuando son dejados ahí por animalistas que nunca regresan a desparasitarlos o a vacunar, las cuales depredan a otras especies nativas rompiendo los equilibrios ecosistémicos.
Sino también por el horrendo hedor a caca alimentado por los pedazos de heces embarrados al vetusto adoquín y que se pega como chicle a los tenis del distraído caminante y de los detritus dejados caer en espiral entre las plantas a punto de secarse. Heces de rata, de gato, de perro, hasta de humano, sueltan su característico hedor inundándolo todo.
En otras zonas se hace presente el hediondo aroma de aguas negras, que denota que su pequeña planta tratadora de residuos líquidos no funciona y que el agua que proviene de los baños se amontona en los semidestruidos registros, bajo los pies del paseante, y se descarga cada noche en la playa adyacente cuya arena luce negra (en vez del dorado color de la arena marina) a los pies del Asta Bandera.
Árboles emplagados, cabañas a punto de venirse abajo, un lago de aguas poco cuidadas y animales famélicos, son la cereza del parque de la caca, otrora bello pulmón por el que Teté Chávez, estuvo a punto de ofrendar su vida aquel 8 de enero de 1992.
Todo ello a pesar de los 200 millones de pesos anunciados de apoyos tanto Federal como del estado y de los miles de pesos de ingresos diarios por los espacios rentados como comercios, como oficinas, como espacios culturales, como depauperados gyms o usados como estacionamiento por los hoteles cercanos y los camiones y autos particulares de los visitantes del palacio municipal que carece de ese servicio público elemental.
Todo ello a pesar del cambio de director por uno de lujo, que fuera titular de Sedesol estatal y que se declaró al llegar como comerciante de iguanas y terminó como comerciante de...la caca.

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