FOTO: Julio Zenón Flores |
Por JULIO ZENON FLORES SALGADO
Desconfiados por naturaleza, en un territorio que
consideran campo de batalla, los hombres del pelotón tomaron posiciones, frente
a la plaza comercial Galerías Diana, cuando el reportero, de chaleco de
neopreno negro, gorra beisbolera y lentes oscuros, se le acerca metiendo mano
en su cangurera gris.
-¿Para qué es esa cámara? Le pregunto señalando el
pequeño aditamento que sobresale del casco de camuflage que cubre su cabeza.
Antes de contestar amaciza con las dos manos el fusil G3
y voltea a ver a sus compañeros del pelotón. Grita algo y viene corriendo uno
con un arma larga que a simple vista parece más potente, pues es más grande.
El recién llegado parece indígena, olmeca quizás, por la
forma del cráneo, su piel oscura, quemada por el sol, sus ojos negros y
escurridizos, pómulos salientes y hablar tosco y medio mocho.
-Me llamó la atención esa cámara, -explico-, me gustaría
que me dejara tomarle fotos y me dijera para qué la traen. Soy reportero.
Muestro mi identificación. Él saca un pedazo de hoja de papel y me pide mi
nombre. Se lo empiezo a decir, pero recuerdo que aún traigo en la cartera una
tarjeta que me dio el periódico y se la doy. Ellos se relajan un poco, pero
mientras hablamos, el resto de la tropa se ha distribuido a lo largo de
banqueta del hotel Emporio y otros están en la banqueta de enfrente.
-¿Es para que graben algún operativo en el que
participen?
-Si. Y también para grabar cuando hay manifestaciones.
Por eso de los derechos humanos. Ya ve que luego dicen que hacemos cosas que no
hacemos…
-¿Cómo en Tlatlaya?
-Ándele. Que no digan que hacemos cosas indebidas. Todo
queda grabado.
-Tómele foto, pues. Me dice el soldado y se quita el
casco.
-No se lo quite. Le digo. Se la tomo ahí en su cabeza.
Solo saldrá de los ojos para arriba.
-No, mejor en el piso. Dice. El otro le revira, no, en el
piso no y opta por ponerlo en la jardinera.
-Mientras tomo las fotos, con tal nerviosismo que de
todas solo dos medio se salvan (lo mío no es la fotografía, definitivamente),
noto que el arma del hombre de la cara de rasgos indígenas es más grande que la
del que abordé inicialmente. Qué arma es? Pregunto.
-Es la FX-05
Xiuhcoatl (Serpiente de fuego). Es la
primera vez que la veo. Pero se fabrican en México desde 2006 y según su manual
son más baratas que las G3 alemanas, aunque éstas últimas tienen más
penetración por usar una munición de mayor calibre, la mexicana tiene mayor
precisión, me explican. En realidad se ve más grande por la mira telescópica,
les digo. Es cierto, me responden.
Por cierto, más tarde me documento y me entero que
actualmente ese fusil está en uso por los cuerpos especiales del ejército, como
lo son la Brigada de Fusileros Paracaidistas,
Guardias Presidenciales,
el Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales
y la Policía Militar.
Tiene mira telescópica, es capaz de lanzar granadas que
estallan en el aire, con una cadencia de tiro de 750 balas disparos por minuto.
Aprovechó la
oportunidad y pregunto el porqué ahora recorren la zona turística de Acapulco
con pelotones y no en escuadra, como le hacían antes de que se fugara el Chapo
(lo de la fuga sólo es un referente mío, pues me di cuenta que desde el día
siguiente de su escape cambiaron el número de soldados que se agrupan para los
recorridos, pudo ser coincidencia).
-Es que así
cubrimos más terreno, me explican. Cuando nos indican que nos apostemos en
algún lugar, por la separación reglamentaria entre cada elemento, con un
pelotón, que son arriba de nueve soldados, cubrimos más terreno, que si
fuéramos una escuadra.
El soldado que
se quitó el casco lo recupera de la jardinera, se lo pone y me mira, sin dejar
de mover los ojos a todos lados, de una forma que yo entiendo cómo ¿a qué hora
te vas?
Me despido,
les doy la mano y repito la pregunta.
-Entonces, es
por Tlatlaya?
-Para que no
nos pase lo de Tlatlaya. Me responde, mientras me voy caminando por la banqueta
rumbo a la Diana, reflexionando. Tlatlaya marcó al Ejército, me digo.
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