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Todos estos policías formados en el acceso al Tianguis Turístico. Foto Felipe Salinas/Twitter |
TRASFONDO
Por Julio
Zenón Flores
La realización
de la edición número 40 del Tianguis Turístico de México en Acapulco, en un
sitio convertido en bunker, nos da una pequeña muestra de la concepción que
tienen las autoridades federales de la cuestión de seguridad en nuestro puerto.

La zona
Diamante de Acapulco se convirtió por unos días en territorio tomado bajo el
control de militares especialistas en medidas de contrainsurgencia. A las
instalaciones del Tianguis solo se puede entrar, como si se tratara de una zona
altamente reservada, con gafetes y contraseñas de distintos niveles.
Hasta la
prensa, como cuando entra por ejemplo a un campo espacial de EU, debió ser
trasladada en vehículos especiales; nadie podía pensar en trasladarse por sus
propios medios, a pie o en su vehículo, pues simplemente no entraría. Adicional
a ello, se hizo, como nunca, una rigurosa selección, dejando fuera a lo que
ellos llaman prensa pequeña, mochilones, chiquillada, a la que acusan de ir a
comer los bocadillos que no tienen en sus hogares, a blogueros y reporteros de
medios digitales, con excepción de aquellos bajo el respaldo de la prensa
escrita o televisiva tradicional.
De un lado los
organizadores tendieron una separación tajante entre el Acapulco real y el
Acapulco de ilusión que quieren vender, pero que sólo un comprador muy tonto
compraría. Es como si compraran una envoltura, ignorando el contenido.
El entorno, el
edificio pues, contratado para el Tianguis, tiene poco tiempo de construido,
sus servicios son flamantes; pero es el único en Acapulco. El resto son hoteles
viejos, con poco mantenimiento, y, a diferencia de los grandes depósitos
de agua y las áreas jardinadas, en el resto de Acapulco se carece de agua
potable suficiente todos los días, los jardines se secan por falta de cuidado,
las carpetas asfálticas se hunden por falta de mantenimiento, la basura se
recoge poco, las playas se contaminan con basura, aguas negras y vendedores
ambulantes como mosquitos.
Ese solo
hecho, el de vender ilusiones, algo que no es Acapulco, pues el puerto no es
como el Mundo Imperial, sería un fraude al consumidor, pero hay otra agravante.
La exagerada
seguridad obedece al temor de las autoridades porque los espantadizos
turisteros conozcan que en Acapulco hay mucho descontento social.
Manifestaciones cotidianas, producto de autoridades ineficientes y corruptas,
que hacen desesperar a la población, la cual llega a incurrir, por esa desesperación
en acciones poco pacíficas, como bloquear calles, pintarrajear mobiliario
urbano y hasta destruir algunos cristales, saquear algunos comercios, tomar
algunos camiones de proveedores de mercancía, lo cual en determinado momento
también puede ser un riesgo para el pacífico turista que lo único que quiere es
descansar.
Estas líneas
no pretender asustar al turista, pretenden por el contrario que no sea
engañado; que las autoridades no le oculten la realidad del producto que le
venden y que, por el contrario, inviertan recursos en resolver ese tipo de
problemas que ponen en peligro al visitante, en lugar de ocultarlo en una
cápsula de miedo.
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