EN EL
HOYO…
Recién concluí de revisar una encuesta que me enviaron hace
unos días;[1]
para evitar un ciempiés de notas a pie de página, la adjunto a la presente y ya
sabrá usted si la expurga o no; por lo pronto, destaco lo siguiente: Refiriéndose
al desempeño de los gobernantes; y sólo por mencionar el caso del Presidente de
la República, los integrantes del Congreso de la Unión, la Suprema Corte de
Justicia, el Ejército y la Marina, éstos son los datos:
El
13% desaprueba totalmente el desempeño del Presidente Felipe Calderón, en tanto
que un 17% lo desaprueba un poco; y si el 12% de los encuestados no sabe o no
contestó, un rotundo 40% lo aprueba parcialmente, pero, todavía más, un
considerable 18% lo aprueba de manera categórica; es decir, si un 30% de la
población lo descalifica, un nada desdeñable 58% lo evalúa de manera positiva.
Estas
cifras contrastan de manera categórica con la evaluación de los poderes
Legislativo y Judicial. Mire Usted: El 22% desaprueba totalmente el desempeño
del Congreso de la Unión (sumadas y divididas entre dos las cifras de cada
Cámara), en tanto que un 26% lo desaprueba de manera leve; y si el 17.5% de los
encuestados no sabe o no contestó, apenas un 24% lo aprueba a medias, empero,
un ínfimo 4% lo aprueba de manera absoluta. En síntesis: Un 48% de la población
desaprueba a los legisladores, en tanto que un magro 28% tiene una opinión
favorable. Y con la Suprema Corte de Justicia (Ta, tá, ta, tata) las cosas no
mejoran de modo sustancial; las cifras, respectivamente, son las siguientes: 17%
la desaprueba totalmente, 24% la desaprueba poco, un 19% no sabe o no contestó,
un 28% la aprueba a medias y un mínimo 6% la aprueba de manera total. En
síntesis: un 48% de la población desaprueba a los legisladores, en tanto que un
magro 28% tiene una opinión favorable.
O séase que, en promedio, el 17.3% de la ciudadanía desaprueba de modo tajante el desempeño de los
poderes federales; el 22.3% lo desaprueba un poco; el 16.3 se hace pato y
prefiere matarnos lentamente con su silencio; el 30% aprueba a medias su
desempeño; y sólo un mínimo 7.3% aprueba clamorosa su gestión.
Si usted es de lo que le
gusta ver el vaso medio lleno, entonces usted debe estar feliz pues entre
quienes aprueban y los que desaprueban el quehacer de nuestros gobernantes
existe un empate técnico: 39.3 pesimistas versus
37.3 de optimistas.
Le tengo malas noticias; e
inmediatamente procedo a explicarle el porqué: Cuando examina el parecer
de la gente respecto a la forma en que realiza su trabajo el Ejército, las cifras
se modifican de manera radical, ya que, sumariamente, sólo el 5% de la ciudadanía desaprueba de modo tajante su labor, el 9% la desaprueba un poco, el 12 no sabe o
no contesta, pero, agárrese, el 39% la aprueba con cierta reserva y un
contundente 33% la aprueba sin cortapisas. Es decir, el 72% de la población se
manifiesta partidaria del uso de la fuerza y reticente, por decir lo menos, al
trabajo que desarrollan los poderes de la Unión. Y si tiene dudas, échele un
ojo a la encuesta tratándose de la Marina, la que obtiene resultados casi
idénticos: 4%, 9%, 12%, 39% y 30%, respectivamente.
Lo anterior significa que la confianza ciudadana en el
gobierno es precaria -sigo viendo el vaso medio lleno, que conste-, por un
lado; y por otro, que la fuerza no necesariamente es mal vista por la sociedad
como una forme de resolver problemas -De hecho, el grado de error de este
sondeo de opinión es de apenas 1.1% y su margen de confiabilidad del 95%-.
Pero
aún, en medio de esta crisis terrible (económica, de seguridad, etc.), la
ciudadanía continúa confiando más en instituciones ajenas al Gobierno que en
las de éste; la Iglesia, por ejemplo, presenta las siguientes cifras: El 7% desaprueba su misión, el 16% lo
desaprueba a medias, pero el 36% la aprueba con ciertas reticencias y un 40% la
apoya de modo absoluto; 4 puntos más que el Ejército o la Marina.
Lo que refuerza esta conclusión, es que entidades ajenas
al Gobierno pero íntimamente ligadas a él, como los partidos políticos,
comparten esa imagen negativa; a la pregunta: “¿Qué tanta confianza le inspiran los partidos políticos?”, la
respuesta no genera lugar a dudas: El 27% respondió que ninguna
en absoluto; el 39% que no mucha; el 29% que un poco; y un ridículo 4% que
confiaba totalmente. Es decir, ¡los partidos políticos salen peor calificados
incluso que el Gobierno!
Lo anterior debe decirnos algo. De hecho lo hace: Los
mexicanos no confían en los poderes públicos. Y no sólo no confían en el
Gobierno, lo peor del caso es que el semillero (los partidos políticos) del
cual se nutre la vida pública del país (líderes, propuestas, plataformas, etc.)
es el peor calificado por esa misma ciudadanía. La que parece confiar solamente
en Dios, primero, y en el uso de la fuerza después.
Esa visión de las cosas debe constituirse en una alerta,
en una alarma, es más; porque una visión de esa índole no es el mejor insumo
para construir una vida social que discurra por causes institucionales, donde
pueda florecer la cultura de la legalidad o prosperar -y conservarse- el estado
de derecho.
¿Y quiere que le diga lo peor?
Lo peor es que no se ve un tantito de luz, una rendijita
que permita concluir que los partidos (sus líderes, sus aspirantes a
candidatos, etc.), están haciendo algo por cambiar esa percepción. A las
descalificaciones bestiales -recíprocas-, les siguen las rebatingas internas o
las brutales transgresiones a las leyes y cuerpos normativos que rigen su
actuar. La corrupción rampante y una disposición perpetua a pasarse por el arco
del triunfo las reglas de la contienda, desde hace meses además, son los signos
de la disputa electoral en puerta.
Luis
Villegas Montes.
luvimo6608@gmail.com, luvimo6609@gmail.com, luvimo66_@hotmail.com,
luvimo662003@yahoo.com
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