¿Qué celebra Morena a 7 años de su arribo al poder? 

Por Julio Zenon Flores 

Desde 2018, México no solo cambió de gobierno; cambió de régimen. La Cuarta Transformación, presentada como una gesta histórica, pero bajo la narrativa épica, lo que ha ocurrido es una reconfiguración profunda —y silenciosa— del equilibrio institucional que había sostenido a la democracia mexicana desde el año 2000, y la acerca a una ruta de perfil socialista, cuidando la relación política y económica con los Estados Unidos, para no caer en las confrontaciones en que cayeron Cuba y Venezuela.
A diferencia de otros momentos de ruptura, esta transformación no se consumó en un solo acto, sino en una serie de golpes cuidadosamente calculados al viejo andamiaje constitucional, de una ya bastante parchada carta magna. En apenas tres años, el nuevo bloque gobernante modificó 55 artículos de la Constitución, mismo número de cambios que Carlos Salinas hizo en todo su sexenio. El país se reescribió rápidamente, sin que la oposición tuviera capacidad de frenarlo.
Ahí está la primera clave del cambio: el uso de la mayoría calificada como maquinaria de rediseño estatal. El Legislativo dejó de ser contrapeso para convertirse en un importante aliando del poder Ejecutivo para conducir los cambios planeados paso a paso. Se frenó la autonomía que se había logrado a partir de la derrota del PRI en el año 2000.
La segunda clave llegó con la joya de la corona: la reforma judicial de 2024-2025. Bajo la bandera de "democratizar la justicia", se instauró un modelo inédito: la elección popular de jueces y ministros. La Suprema Corte pasó de 11 a 9 integrantes, con mandatos de 12 años. El discurso oficial lo presenta como un acto de empoderamiento ciudadano, mientras sus críticos, lo ven como el tiro de gracia a la independencia judicial. En realidad es la unificación de los tres poderes en torno a un solo proyecto de país.
El tercer cambio es más sutil, pero igual o más profundo: la refundación del Estado como protagonista casi absoluto de la vida económica. Los sectores estratégicos, de acuerdo a la doctrina marxista: Energía, seguridad, bienestar, infraestructura y formación educativa y comunicación… todo gira de nuevo alrededor del gobierno federal. El mercado retrocede y el Estado avanza con un viejo lema revolucionario como bandera y un nuevo manual administrativo.
Los programas sociales, elevados a rango constitucional, son la nueva columna vertebral del consenso político. Las políticas laborales —aumentos acelerados al salario mínimo— transformaron el piso económico de millones, pero también redibujaron el papel del gobierno como árbitro del ingreso nacional. Y en seguridad, la Guardia Nacional pasó al control de la Sedena y las fuerzas armadas ocuparon espacios antes reservados a civiles, convirtiéndose en financieros, constructores, administradores y todo lo necesario para tener bajo su resguardo a los sectores estratégicos de la economía del país. Aduanas, refinerías, ferrocarriles, ahora son también su esfera de influencia.
Nada de esto es casual. La 4T construyó un modelo de gobernabilidad sustentado en tres ejes: centralización, redistribución y narrativa. El primero moldea instituciones; el segundo sostiene apoyos; el tercero legitima ambas cosas.
¿Es esto un retroceso democrático o una nueva forma de régimen? Esa es la discusión pública. Pero lo indiscutible es que México ya no es el mismo país que salió del ciclo PRI-PAN en 2018.
Hoy tenemos un Estado más fuerte, pero también más concentrado; una justicia más cercana al voto, pero quizá más cerca de la política; una ciudadanía más beneficiada materialmente, pero con menos contrapesos.
El populismo de Donald Trump ha permitido luz verde a este nuevo modelo que ha ido avanzando paso a paso, mientras el futuro económico de México aparece difuso: ¿Cuál es el rumbo? ¿Una economía tipo Cuba, Venezuela o China? O un modelo propio tipo "El milagro mexicano" del viejo PRI, de antes de la era neoliberal prianista.
De sus efectos hablaremos en una próxima entrega. Mientras, se alcanza a ver a las clases bajas muy beneficiadas, una clase media avasallada y un clase alta que no ha sido tocada aún, pero que sin duda tendrá que ser tocada algún día, cuando los recursos ya no alcancen para sostener los programas sociales. Nada que los espante: ya en Estados Unidos los grandes empresarios son gravados escalonadamente, mientras más altos sus ingresos mayores los porcentajes de tributo que pagan.

Los más afectados con esos cambios son otro tema a analizar a profundidad, pues se empieza a notar desesperación y eso es malo para la prudencia.

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