La marcha Z: del enojo juvenil al riesgo de la conspiración.

 

Por Julio Zenón Flores

La marcha del sábado, convocada bajo la bandera de One Piece -un sombrero pirata de paja- no fue en realidad de SOLO de la Generación Z, sino una cosa híbrida, una mescolanza de esos jóvenes que nacieron con el teléfono celular en la mano, y esos viejos que perdieron el poder y no ven cerca una ruta legal para recuperarlo. Pero, como dice la conseja popular, “el diablo está en los detalles” y merece un análisis más profundo que el rechazo de los gobiernistas y la exaltación de los opositores.

Parte del hecho es que la generación que nació con el pulgar entrenado para deslizar pantallas y no para sostener pancartas, volvió a tomar la calle este sábado, y lo hizo con una mezcla peculiar de indignación genuina, estética digital y un lenguaje político que todavía está buscando su propia sintaxis. La llamada Generación Z marchó en todo el país, y aunque el relato oficial y el opositor se pelean por apropiarse del significado, la verdad está en el medio.

En la Ciudad de México el punto de arranque fue el Ángel, donde miles de jóvenes (y no tan jóvenes) desplegaron consignas contra la corrupción, la impunidad y el estado de violencia que volvió a encenderse tras el asesinato del alcalde de Uruapan. Lo que antes eran hilos de X y videos de TikTok se convirtió en un contingente que avanzó hacia el Zócalo con la bandera pirata de One Piece al frente. Una metáfora un tanto obvia, pero efectiva: el hartazgo ya tiene iconografía pop.

El colectivo Generación Z México, que lanzó la convocatoria, insiste en que no son de izquierda ni de derecha, que no van por partidos y que su demanda es “transformar las instituciones para que sirvan”. Un discurso que, en papel, parece limpio. Pero la marcha reveló otra cosa: gran parte del contingente estuvo dominado por adultos mayores, grupos abiertamente opositores y ciudadanos que encontraron en esta protesta el canal más visible para desahogar su propio enojo. Eso no deslegitima la marcha, pero sí la hace menos homogénea de lo que presume su narrativa.

El punto de quiebre vino cuando el llamado “bloque negro” derribó vallas frente al Palacio Nacional. Hubo gases, extintores, policías heridos —más de un centenar— y una veintena de detenidos. La confrontación reveló un detalle incómodo: el límite borroso entre una movilización juvenil y una válvula de escape para múltiples agendas. El gobierno, por su parte, respondió rápido con acusaciones de infiltración y bots extranjeros, como si la indignación necesitara pasaporte.

Es cierto: hay jóvenes detrás de la marcha. Jóvenes que ya no creen en los tiempos largos de la política institucional, que ya no le dan crédito automático a partidos, ni a gobiernos, ni a los que se dicen contrapeso. Jóvenes que sienten que la justicia llega tarde o no llega, que la violencia es permanente y que el futuro se siente más incierto que inspirador. Esa pulsión es real, y es peligrosa ignorarla.

Pero también es verdad que todo movimiento naciente corre el riesgo del secuestro político. La Generación Z puede convertirse en el nuevo sujeto incómodo del país, ese que exige cuentas sin pedir permiso, o puede terminar siendo la estampa bonita para quienes buscan capitalizar el descontento ajeno. La diferencia estará en si este enojo se convierte en organización o si se diluye en el scroll infinito del lunes por la mañana.

La marcha dejó claro algo: la Z ya no quiere que le expliquen el país; quiere reescribirlo. Ahora falta saber si tendrá la paciencia, la estructura y la unidad para hacerlo, o si este sábado será recordado como otro episodio ruidoso que terminó en trending topic y luego se perdió en el algoritmo del olvido.

Por ahora, lo único seguro es que en México ha surgido una nueva forma de protesta: híbrida, emocional, digitalizada y, sobre todo, impredecible. Y para la clase política —toda— eso debería encender las luces color ambar.

Finalmente, algo que no podemos ignorar, es que atrás, al frente o en el futuro de esa marcha, puede haber una clase política, tanto de la oposición como de la parte de morena que no se siente a gusto con el liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaun, tipo los seguidores de Adán Augusto y Ricardo Monreal, que pretendan darle el curso para adelantar el cambio de la administración, con la revocación de mandato. Ese, es el verdadero peligro, pues sería un retroceso marca Acme del movimiento de la 4T y regresarle el país a los que lo han desecho, más allá de los partidos políticos.



 

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