
Por Julio ZENON Flores
El tema fue puesto sobre la mesa por el rector Javier
Saldaña, pero en realidad se trata de algo que los estudiosos de las ciencias
sociales debimos abordar desde hace mucho. ¿Un luchador social tiene que morir
para ser reconocido? Y el caso cobra mayor relevancia, porque el analizado es
un hombre que ha roto los paradigmas del establishmen y puesto en el banquillo
de los acusados simplemente por no ser alguien políticamente correcto y
mostrarse al mundo como un hombre normal, con todos sus defectos, pero alguien
que lucha y ha luchado por sus derechos y por los de quienes le rodean.
Si alguien lo ha dicho bien, ha sido él mismo: “soy
incalumniable; todo loque se diga de mí es cierto”.
Tal vez sea hora de romper paradigmas y creer en seres
humanos imperfectos pero que logran cambiar los hitos de la historia.
Veamos:
La Universidad Autónoma de Guerrero no suele rendir
homenajes gratuitos. Cuando lo hace, suele ser porque reconoce en una figura
pública una trayectoria marcada por luchas sociales, rupturas políticas y
momentos que han dejado huella en el estado. Ese es el caso de Félix Salgado
Macedonio, un personaje que —con todas sus polarizaciones— ha sido un actor irremplazable
en la vida pública guerrerense durante cuatro décadas.
La pregunta de fondo no es si se le quiere u odia, ni si su
figura despierta resistencias. La pregunta es por qué la UAGro considera que su
biografía encaja en la categoría de “luchador social”. Y la respuesta radica en
un conjunto de episodios históricos que lo colocan del lado de quienes
empujaron los cambios políticos en Guerrero, incluso antes de que Morena
existiera.
Félix emergió en los años ochenta desde un periodismo
incómodo, irreverente, de denuncia abierta contra cacicazgos, abusos policiales
y excesos del PRI hegemónico. Iguala lo recuerda perfectamente. Su tránsito del
periodismo a la lucha social lo colocó en el círculo de actores que acompañaron
las movilizaciones post-1988, cuando el país vivía el despertar de la
alternancia y Guerrero hervía entre protestas, persecución política y
exigencias de justicia, no obstante que él consiguió su primera diputación
federal de forma poco ortodoxa: tirando desde tribuna un costal de boletas
quemadas que probaron el intento tricolor por robar la elección para favorecer
al cacique cetemista, Filiberto Vigueras Lázaro, quien mantenía una alianza con
los Figueroa.
Su tránsito por el PRD no fue de acompañamiento pasivo: se
volvió una de las voces más visibles de la izquierda guerrerense en tiempos en
los que confrontar al gobierno estatal podía costar cárcel, despido o
desaparición. Félix apostó por el camino largo: plazas públicas, marchas,
organización de base y medios alternativos.
Su trayectoria está marcada por confrontaciones abiertas con
grupos de poder regionales, militares, empresariales y políticos. Guerrero, un
estado acostumbrado al control férreo y al pacto cupular, encontró en él a un
opositor que usaba la tribuna pública como arma.
Esa persistencia —a veces excesiva, a veces escandalosa,
pero siempre frontal— es una de las razones por las que sectores universitarios
lo leen como una figura que resistió al poder político tradicional, incluso
cuando pagó costos personales y electorales, al grado que la parte perfumada de
la seudoizquierda guerrerense prefería a candidatos modositos y bien portados, aunque
no tuvieran el arraigo popular que tenía el Toro, como fue el caso no
concretado de intentar hacer candidato a Jaime Castrejón Díez.
Y es que, hay que decirlo, existen personajes que construyen
su presencia pública desde las élites. O cómo se explican que los perredistas perfumaditos
preferían al empresario Zeferino Torreblanca, que los insultó hasta el ridículo
o a Ángel Aguirre, que los alienó con whisky y dinero, a un Félix hecho desde
el territorio. Las comunidades rurales de Guerrero, las zonas suburbanas de
Acapulco, los cinturones marginados de Chilpancingo y las rutas de Costa Chica
y Costa Grande han sido, durante años, su espacio político natural.
Los rectores y académicos que impulsaron el homenaje no
desconocen las polémicas que rodean al senador. Pero también reconocen que,
durante décadas, ha encarnado —con sus luces y sombras— un tipo de liderazgo
profundamente arraigado en el descontento social y en la demanda de
representación auténtica. Para la UAGro, esa combinación es parte esencial del
concepto “luchador social”.
Homenajear a Salgado Macedonio no significa canonizarlo.
Significa reconocer el papel que ha tenido en la historia política reciente de
Guerrero, en la transición hacia la alternancia, en la consolidación de la
izquierda y en la reapropiación de espacios públicos antes monopolizados por
una élite cerrada.
Quien busque pureza moral o política no la encontrará en
ningún actor de las luchas sociales de Guerrero. La historia del estado está
hecha de insurgencias, rupturas, excesos y contradicciones. Félix no está fuera
de esa lógica: es producto y reflejo de la misma.
La Universidad ha honrado a dirigentes estudiantiles,
defensores de derechos humanos, periodistas perseguidos, académicos críticos y
personajes cuya importancia histórica trascendió su vida personal. Solo hay que
recordar que la Universidad Pueblo cobijó a fugitivos de la LC23S, dándoles
estatus de profesores y que a los perseguidos les pagó su salario mientras se
escondían en otros estados de la república para no morir a manos de ese
gobernador que una vez estableció como sentencia: “Entierro, destierro o
encierro”. En ese sentido, el homenaje a Félix Salgado se inscribe en una
tradición universitaria de reconocer a quienes han movido las placas tectónicas
de la vida pública estatal.
Puede gustar o no. Pero negar su peso histórico sería negar
la propia historia de Guerrero.
El homenaje planteado por la UAGro no es, pues, a un santo,
ni a un mito, ni a un político perfecto. Es al luchador social que, desde los
ochenta hasta hoy, ha representado una forma de resistencia popular en un
estado marcado por la desigualdad, violencia política y cacicazgos.
Reconocerlo es, en parte, reconocer el camino tortuoso por
el que Guerrero llegó a la pluralidad política. Y entender —nos guste o no— que
Félix Salgado Macedonio forma parte de esa historia.
Que él mismo lo haya rechazado, no habla más que de su
grandeza y humildad, siendo el hombre con mayor poder político en Guerrero.
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