Por Julio Zenón Flores
La reciente presentación de cifras del INEGI y el Coneval sobre la disminución de la pobreza en México le dio a la presidenta Claudia Sheinbaum un aire de victoria anticipada. Según los datos, 5.8 millones de mexicanos dejaron de ser pobres entre 2022 y 2024. Un logro que, de confirmarse en la realidad cotidiana, sería monumental. Pero, como en política nada es tan sencillo, el dato abrió una nueva arena de confrontación: la de quién se queda con el crédito y cómo se interpreta.
Sheinbaum, con la serenidad de quien sabe que la narrativa es un campo de batalla tan importante como las obras públicas, presumió que la reducción de la pobreza no es casualidad, sino el resultado de las políticas de la llamada Cuarta Transformación: aumento al salario mínimo, programas sociales universales y apoyos directos a comunidades rurales e indígenas. En su discurso, el dato confirma que el camino trazado por Andrés Manuel López Obrador —y continuado por ella— es el correcto.
Pero en política, todo aplauso lleva de contrabando un abucheo. Desde la oposición, voces como Xóchitl Gálvez y Marko Cortés acusaron que las cifras “maquillan” una realidad distinta: la inflación que erosiona el poder adquisitivo, la precariedad laboral y la inseguridad que impide a muchas regiones aprovechar el supuesto crecimiento. Incluso hubo quienes señalaron que la metodología del Coneval, aunque técnica, no mide del todo la calidad de vida ni la desigualdad estructural.
Entre tanto, economistas independientes advierten que el dato, aunque positivo, debe leerse con lupa. La pobreza monetaria puede bajar porque suben los ingresos, pero también porque los umbrales de medición no crecen al mismo ritmo que el costo de vida. Y en México, donde la informalidad sigue rozando el 55% de la fuerza laboral, la estabilidad de esos avances no está garantizada.
El verdadero reto para Sheinbaum no será celebrar el descenso en las estadísticas, sino mantener la tendencia y blindarla contra los vaivenes económicos y políticos. Porque si algo ha demostrado la historia reciente es que la pobreza en México no se vence con un sexenio de buenos datos, sino con décadas de políticas coherentes, estabilidad y —sobre todo— continuidad más allá de los aplausos del momento.
En el fondo, lo que está en juego no es solo un número, sino el relato que cada actor político construya a partir de él. Y ahí, como en toda contienda, la batalla apenas comienza.
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