• Jul 24, 2025

El silencio que duele más que el viento Columna | Trasfondo Informativo

 

Por Julio Zenon Flores 

La negativa del gobierno federal para declarar zona de desastre a los ocho municipios de Guerrero afectados por el huracán Erick, no sólo evidencia una falta de sensibilidad ante una crisis humanitaria palpable, sino que además lanza un mensaje político incómodo y contradictorio, particularmente viniendo de un gobierno que se ha autodefinido como humanista.

La respuesta, o más bien la ausencia de una respuesta favorable por parte de la presidenta Claudia Sheinbaum, contrasta brutalmente con la realidad que vive la Costa Chica, donde comunidades como Xochistlahuaca, Tlacoachistlahuaca, Cuajinicuilapa y Marquelia aún sufren los estragos del fenómeno: caminos intransitables, viviendas destrozadas, cosechas arrasadas, falta de servicios básicos y un luto silencioso por lo que se perdió.

Y lo más paradójico del asunto es que la solicitud fue presentada en tiempo y forma por la propia gobernadora Evelyn Salgado Pineda, una mandataria que no sólo ha demostrado lealtad política al proyecto de la Cuarta Transformación, sino que ha cultivado con esmero una relación estrecha y de respeto con la presidenta Sheinbaum. El gesto, o la falta de él, desconcierta no solo por el fondo sino por el simbolismo: si una aliada del mismo partido, con respaldo territorial probado y popularidad en ascenso, no logra activar el protocolo de auxilio nacional en una emergencia de tal magnitud, ¿quién podría?

Más aún cuando la mandataria estatal anunció, desde Xochistlahuaca, una inversión de 590 millones de pesos para la región, como parte de un esfuerzo institucional por reactivar la zona afectada. Esa cifra, que podría parecer suficiente en papel, palidece frente a la dimensión de las afectaciones acumuladas, y sin el respaldo federal, se corre el riesgo de que se convierta en una curita para una herida profunda.

Pero el tema va más allá del tecnicismo burocrático de los dictámenes o del número de viviendas afectadas que marcan los estándares para activar una declaratoria de desastre. El fondo del asunto es político y profundamente humano. Lo que ha quedado expuesto es que el nuevo gobierno federal parece más preocupado por cuidar su discurso de eficiencia que por atender con urgencia las realidades que estallan en los márgenes del país.

Los municipios guerrerenses que pidieron auxilio no sólo están en una zona históricamente marginada, sino que representan una prueba de fuego para una administración que se presume feminista, federalista y cercana al pueblo. Negarles el respaldo que implica una declaratoria de desastre —y con ella el acceso a fondos, programas y apoyos específicos— es una forma de abandono que no se puede justificar políticamente, y mucho menos éticamente.

La presidenta Sheinbaum, con todo el capital político con el que ha llegado al poder, tiene aún la oportunidad de corregir el rumbo. Pero si insiste en ignorar las señales que vienen del sur profundo, el huracán que podría estarse gestando no es meteorológico, sino social y político. Porque cuando las prioridades se diluyen en la lógica del poder central, los vientos del desencanto empiezan a soplar con más fuerza que cualquier tormenta tropical.

Y eso, como bien saben en Guerrero, también deja cicatrices difíciles de sanar.

Mientras tanto, los pobladores de la Costa Chica esperan los pronunciamientos de los legisladores de la zona, tanto estatales, Guadalupe Villalba, por ejemplo que en un principio llevó algunos víveres, como federales, en ese caso el diputado Marco de la Mora, que ha hecho speachs propagandisticos conos daños como escenario y los propios senadores, en especial los de Morena, para cerrar filas con la gobernadora Evelyn y ayudar a sensubilizar a la presidenta Claudia.

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