Trasfondo
Por Julio Zenon Flores
El poder en Morena tiene muchas caras, pero un solo apellido sigue dominándolo: López. Así quedó demostrado el pasado domingo en el Zócalo capitalino, donde Claudia Sheinbaum encabezó una asamblea informativa ante más de 300 mil personas. Lo que debía ser una muestra de fuerza y unidad terminó revelando una fractura que, aunque soterrada, está presente en la élite del movimiento: la presidenta no fue la figura central en la escena política de su propio evento.
Mientras Sheinbaum caminaba entre la multitud, los coordinadores parlamentarios de Morena en el Congreso, Ricardo Monreal en la Cámara de Diputados y Adán Augusto López en el Senado, decidieron no acercarse a saludarla. En cambio, optaron por tomarse una fotografía con Andrés Manuel López Beltrán, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador. En política, los gestos importan, y este fue un mensaje claro: dentro de Morena, la jefa del Estado no necesariamente es vista como la jefa del movimiento.
El apellido que sigue pesando
López Beltrán, conocido como "Andy", ha sido señalado desde hace años como una figura con poder de decisión en el obradorismo. Aunque no ocupa ningún cargo público, su influencia en la designación de candidatos y en la operación política del partido es un secreto a voces. Su presencia en el evento del domingo no pasó desapercibida, pero lo que llamó la atención fue la forma en que algunos de los principales actores de Morena prefirieron inclinarse hacia él en lugar de reconocer a la presidenta.
Monreal y Adán Augusto no son personajes menores. Ambos han sido piezas clave en la política interna del partido y del gobierno. Monreal, con su habilidad para negociar en la Cámara de Diputados, y Adán Augusto, exsecretario de Gobernación y hombre de confianza de AMLO, han demostrado ser operadores de peso. Que ellos decidieran dar prioridad a López Beltrán en un evento de Sheinbaum sugiere que, dentro de Morena, el liderazgo de la presidenta no es absoluto.
Sheinbaum, ¿presidenta sin control de su partido?
El obradorismo se construyó en torno a la figura de López Obrador, un caudillo con una disciplina de hierro sobre su movimiento. Sheinbaum no tiene esa misma ventaja. A pesar de haber sido impulsada por AMLO como su sucesora, la presidenta enfrenta un partido en el que persisten múltiples centros de poder.
El gesto de los coordinadores parlamentarios no fue un error casual. Fue un recordatorio de que la lealtad dentro de Morena no es automática, y que el control del movimiento aún está en disputa. Sheinbaum ha trabajado por consolidarse, pero si figuras clave dentro del partido no la ven como la única líder legítima, su margen de maniobra podría verse comprometido.
El ajedrez del futuro
Más allá de lo simbólico, este episodio revela las tensiones que se avecinan en el sexenio. En 2027, Morena enfrentará elecciones intermedias donde el control del Congreso estará en juego. Y en 2030, la sucesión presidencial marcará el destino del movimiento. En ese contexto, la foto con "Andy" puede verse como una apuesta estratégica. Si López Beltrán mantiene influencia en la toma de decisiones, no sería extraño que ciertos actores dentro de Morena busquen quedar bien con él, incluso a costa de desairar a la presidenta.
El dilema de Sheinbaum
El desafío para Sheinbaum no es menor. Si permite que estas señales de rebeldía se multipliquen, corre el riesgo de ser vista como una presidenta con poder limitado dentro de su propio partido. Si, en cambio, decide enfrentar a los actores que la desafían, tendrá que hacerlo sin dinamitar la estructura que le permitió llegar al poder.
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