Dip. Citlali Calixto Jiménez
“La educación
no cambia al mundo: cambia a las personas
que van a
cambiar el mundo”
-Paulo
Freire.
Pensar en
estudiantes es sinónimo de resistencia, de revolución, de transformación y de
cambio social. Hemos heredado una historia donde las y los estudiantes han
formado parte crucial de la consolidación del México contemporáneo que somos
hoy.
Así, cada 23
de mayo conmemoramos en nuestro país el Día del Estudiante, honrando a las y
los valientes estudiantes que fueron reprimidos por el Estado en 1929 y que,
como resultado, consiguieron la autonomía de la Universidad Nacional de México,
hoy UNAM.
Desde
entonces, numerosos han sido los movimientos encabezados por estudiantes que
buscan mayor libertad política y mayor justicia social en nuestro país. Los
movimientos de 1968, el #YoSoy132 o el de Ayotzinapa son tan sólo algunos de
los ejemplos más emblemáticos. Y han sido esas luchas las que han posibilitado
que hoy las y los jóvenes podamos acceder a cargos de elección popular, que
existan políticas públicas dirigidas a jóvenes y que la Cuarta Transformación
misma haya llegado al Gobierno Federal.
De tal
manera, es evidente que la vida estudiantil ha aportado muchísimo a la
configuración de México como nación garante de derechos. Después de todo, ser
estudiante no significa únicamente adquirir conocimientos sobre alguna
disciplina, sino que significa aplicar los conocimientos al bien común de la
sociedad. La naturaleza revolucionaria de las juventudes contribuye a dirigir
este conocimiento a posicionamientos radicales que han servido para cuestionar
el status quo y detonar el cambio social.
Pero, ¿cómo
garantizamos que este espíritu innovador se mantenga entre las y los
estudiantes de nuestro país? La labor es compleja, y por ello resulta
fundamental que el Estado y la sociedad unifiquen esfuerzos para proteger la
educación y a quienes participan en el proceso. Yo misma he sido estudiante la
mayor parte de mi vida y hasta hace no mucho seguí siéndolo. Y reconozco que
fue ese privilegio el que me dotó de herramientas que me permitieron construir
un proyecto político humano, y lo suficientemente sólido como para hoy ser
diputada local. Personalmente reconozco que el ser estudiante me amplió el
panorama y me preparó para salir a contribuir en esta Cuarta Transformación.
Porque no basta el buen corazón para cambiar al mundo, es necesario formarse y
poner el conocimiento a disposición de las y los demás.
Sin embargo,
la situación en México es compleja y me veo obligada a enfatizar lo que hoy
significa ser estudiante: un privilegio. Como país atravesamos un sinnúmero de
fenómenos que fomentan la deserción escolar o que atentan directamente contra
las y los estudiantes. Por citar un ejemplo, como consecuencia de la pandemia
por COVID-19, 5.2 millones de estudiantes, de entre 3 y 29 años, no se
inscribieron al ciclo escolar 2020-2021 por no tener las posibilidades
económicas, materiales o sociales suficientes para mantenerse estudiando.
Aunado a eso, tenemos una violencia desatada que continuamente agrede,
desaparece y asesina a estudiantes por el simple hecho de serlo. De ello sobran
ejemplos.
De tal
manera, en México son numerosos los obstáculos económicos o de infraestructura
que millones de estudiantes enfrentan día con día para acceder a una escuela.
Por tal motivo, es de admirar a quienes pese a las adversidades se mantienen
estudiando. Desde luego, ese escenario no resulta posible ni es el deseable
para todas y todos, y es ahí donde entran las políticas públicas, los marcos
normativos y los programas dirigidos al cuidado de la educación.
Ante este
panorama la reflexión tiene que caber en distintos niveles. Por eso es tan
relevante y necesario que hoy el Gobierno Federal le apueste a las Becas Benito
Juárez, a las Universidades Benito Juárez o a una nueva reforma educativa
profunda. Por ello la educación por sí misma es una dimensión de política
pública del Plan Estatal de Desarrollo de nuestra gobernadora. Siempre lo he
pensado: un gobierno que le invierte y le apuesta a sus estudiantes, es un
gobierno que le invierte al bien colectivo.
Los esfuerzos
no pueden quedar ahí. La educación es una tarea de todas y todos. Las y los
estudiantes son el motor y el más grande capital social, productivo e
intelectual que todo país puede tener. Honrar la herencia estudiantil de miles
de jóvenes que han dado su vida por una mejor sociedad es además un compromiso
que personalmente asumo como alguien que creció desde el ser estudiante.
Que sirva
este artículo, entonces, para despertar esta conciencia colectiva en torno a la
importancia de nuestros estudiantes. Descuidar su camino es descuidar el futuro
de nuestro país. Esta semana del estudiante, reflexionemos sobre lo que podemos
aportar desde nuestra propia trinchera. Me permito cerrar citando al siempre
sabio Pedro Arrupe, SJ: “no me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo
como si yo no hubiera vivido”.
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