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Los amigos mexicanos de Putin



Por Joel Solís Vargas

La instalación del Grupo de Amistad México-Rusia, formado por diputados mexicanos de la Cuarta Transformación y uno del PRI, así como por el embajador de Vladimir Putin, ha de estar causando estupor en el lector promedio de periódicos en este y en otros países, no sólo por el momento elegido por los legisladores para manifestar su simpatía con el dictador asiático –justo cuando está empeñado en destruir a punta de misiles la infraestructura de un país vecino más pequeño en territorio y recursos, al costo incluso de la vida de cientos o de miles de civiles inocentes e indefensos–, sino también porque revela el extravío ideológico de la 4T.

¿Acaso los diputados de Morena, del PT y del Verde –que se dicen de izquierda, sobre todo los del Partido del Trabajo– piensan, como muchos ciudadanos de a pie desinformados, que la Rusia de hoy es continuación de la desaparecida Unión Soviética en su posicionamiento en el espectro político mundial? ¿Piensan que el gobierno de Putin se opone al imperialismo decadente de Estados Unidos desde la superioridad moral del socialismo sobre el capitalismo? ¿Piensan que el régimen ruso de hoy es heredero de algo más que el brutal autoritarismo dictatorial del régimen socialista de la URSS?

Si eso es lo que piensan, qué pena… porque están muy equivocados. No se habrán dado cuenta de que el régimen socialista se derrumbó con estrépito y por su propio peso en 1991, porque la gente que lo sufría de manera directa no estuvo dispuesta a soportarlo más. Y en el río revuelto de su caída fueron los potentados, los mafiosos, los corruptos y los ultraderechistas los que tomaron las riendas de esa nación. El más conspicuo representante de todos ellos es quien manda hoy ahí.

Rusia es un país capitalista. Y su capitalismo es tan salvaje como el más salvaje de los capitalismos del mundo. Y su mandamás actual es un dictador sanguinario que hace tiempo perdió el contacto con la realidad. Está amenazando al mundo con atacarlo con sus armas nucleares si interfiere en su afán de devorar a Ucrania. Porque él se ha propuesto destruir ese país y anexarlo a Rusia o, cuando menos, imponerle un régimen afín a su propósito de revivir la magnificencia de la Rusia imperial o, ya de perdida, la relevancia política, militar y económica de la Unión Soviética. La versión rusa del "Make America great again", de Trump.

Putin está actuando como el matón que tiene al vecindario amenazado a punta de pistola: exige que los ucranios le entreguen Mariúpol. Si se niegan, amenaza, no dejará que escapen los civiles –entre quienes hay bebés, niños y ancianos– y bombardeará la ciudad con ellos dentro. Bueno, no tenía que amenazar; ya lo ha hecho en esa y en otras ciudades de Ucrania; y lo hizo en ciudades de Siria. Ya el mundo sabe de lo que es capaz.

Es cínico, cruel, sanguinario y torvo, como lo fue Hitler en su momento. (La vida es una repetición de sucesos, con otros personajes y en otros lugares, ¿no?). Si los diputados de Morena, del PT y del Verde supieran algo de historia, lo entenderían, y quizá entonces le negarían a Putin hasta el saludo, en vez de constituirse en grupo de amistad México-Rusia, una manera de gritarle al mundo que simpatizan con el dictador, que lo admiran y que lo apoyan en sus momentos más complicados.

Pero Putin, como Hitler, será derrotado por sus víctimas. Cuando a un hombre libre no le dejan más alternativa que matar o morir puede aniquilar a su verdugo. Cuando a un pueblo lo acorralan, lo despojan de todo y lo persiguen, puede que se levante contra su opresor, y ese alzamiento puede ser formidable y victorioso.

También Putin debería aprender de la historia. Los soviéticos de la Segunda Guerra se sobrepusieron a la aplastante superioridad militar de Hitler porque los nazis los agraviaron de manera muy profunda: invadieron su territorio, entraron a sus pueblos, destruyeron todo a su paso, asesinaron a mansalva a niños, mujeres y ancianos. Creían que tenían derecho natural a hacer todo eso porque eran la raza superior.

Un pueblo así humillado se vuelve una fiera. Y fue esa fiera la que le dio la voltereta a la situación. Tres millones de soldados alemanes fueron obligados a retroceder por el camino andado, hasta refugiarse en la capital de su país, de la que habían partido. Y ahí los sueños de grandeza del Führer fueron aniquilados.

Pero si esa lección de historia no lo convence, podría echar un vistazo a Vietnam, el pequeño David que venció al gigante Goliat.

Sin embargo, haga lo que haga, ya no podrá quitarse el estigma; pasará a la historia como el asesino sanguinario y tonto que creyó que destruyendo a otros países podía engrandecer su imperio.

En contraparte, quienes lo admiran y le dan cobijo tal vez ni siquiera pasen a la historia.

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