“Si la realidad no se ajusta a mis ideas, pobre realidad”
(John Locke)
Por Julio Zenon Flores
Acapulco enfrenta una disyuntiva ante el inminente arribo de
miles de turistas procedentes principalmente de la Ciudad de México, en un
momento crítico, en el cual las normas sanitarias impuestas para prevenir contagios
de COVID-19 merman considerablemente las posibilidades de las empresas prestadoras
de los servicios turísticos para atender la elevada demanda que ya empezó a
arribar a este paraíso terrenal, pero además, cuando el origen del principal
núcleo de viajeros es el principal foco de contagio en el país.
La disyuntiva es disuadir a los potenciales visitantes de
venir al puerto, para evitar la cadena de contagios que se prevé o asumir
medidas preventivas y contingentes para recibirlos y atenderlos, en medio de
las limitaciones obligadas para no arriesgar la salud de los acapulqueños.
¿Cómo disuadir a los miles de distritofederalenses, que
esperaban sus vacaciones decembrinas para salir del foco de contagio y
aprovechar para salir del oscuro confinamiento a una de las mejores playas del
país, más cercanas a su lugar de residencia y donde según diversas
publicaciones oficiosas es menos posible el contagio por la temperatura alta y
las opciones de recreación al aire libre? Huir del frío foco de contagio a una
cálida playa, donde supuestamente el SARS-COV2 tiene una menor sobrevivencia es
algo muy difícil de contrarrestar.
Paralelo a esa fuerza instintiva de huir del riesgo a un
sitio confortable de los chilangos, los acapulqueños están más necesitados que
nunca de recuperar fuentes de ingreso, de modo que la ecuación arroja un
resultado casi automático: las playas, hoteles y restaurantes se van a llenar,
disuadir es prácticamente imposible, a menos que se tomara la descabellada
medida de cerrarlo todo.
Ante ello surge el dilema de aplicar la norma o adaptarse a
la realidad.
La propuesta del gobernador Héctor Astudillo Flores, es
adaptarse a la realidad y actuar en forma proactiva. Al menos eso se desprende
lo publicado luego de su reunión con turisteros, en donde adelantó que sería viable
cerrar un carril de la avenida costera Miguel Alemán, para que los restaurantes
de Acapulco puedan ampliar su aforo y así mejorar tanto la posibilidad de
atender al turista, como de reponerse un poco de los duros tiempos de las
pérdidas.
Sin embargo, no faltará quien crea que lo mejor sería cerrar
las playas y así como se canceló la gala pirotécnica de fin de año, recomiendan
quitar todo adorno navideño de las calles y hasta retirar la iluminación de las
playas, pues consideran que mientras más belleza proyecte el puerto, más atrae
a los presuntos contagiadores de COVID-19 procedentes del centro del País.
En esa visión radical también se alinean quienes creen que
si se les da a los empresarios locales la oportunidad de ocupar temporalmente
la calle ¿quién los podrá quitar después de ahí? Conociendo la historia de
crecimiento anárquico de colonias y negocios en la informalidad de los
acapulqueños.
Resolver la disyuntiva en modo proactivo o en modo
prohibitivo, define al gobernante que tenemos y demuestra la diferencia entre
mandar y gobernar y la madurez adquirida en el ejercicio del gobierno; entre actuar
de manera dogmática y querer aplicar la ley o los reglamentos a rajatabla o
adaptar las reglas a la realidad.
En esa disyuntiva parece muy prudente la propuesta del
gobernador Astudillo.
Y es que tras nueve meses de confinamiento involuntario,
pérdida de ingresos en los hogares, cierre de fuentes de empleo y otros males
que ha traído la persistente presencia de la pandemia de COVID-19 en Guerrero,
no se puede más que aceptar la realidad y buscar flexibilizar las normas para
que mientras se trata de evitar los contagios se mantenga la actividad
económica que da de comer a las familias.
En ese sentido, y ante la presencia de la principal
temporada turística del año en los municipios de esa vocación en Guerrero, no
se puede simplemente alzar los hombros y decir, ni modo, primero está la vida,
así que la autoridad no tiene más que aplicar las normas sanitarias y cerrar
aquellos establecimientos que las ignoren, sino que, por el contrario, se debe velar
por el pueblo, por la clase trabajadora en general, y adaptar las normas a esa
nueva realidad.
El problema será convencer a las autoridades municipales,
sobre todo a funcionarios menores que están enrrachados cerrando negocios al
por mayor y persiguiendo incluso a aquellos que la pandemia ha empujado a
introducirse en alguna nueva actividad que les permita obtener ingresos, como
por ejemplo la venta por Internet, que hace que se reúnan en alguna parte de la
vía pública, donde son perseguidos sin misericordia o bien los que ahora se
dedican a entregas a domicilio, que también pasan en vilo su actividad.
El tema tendrá que ser analizado en Acapulco por la
presidenta municipal de Acapulco, Adela Román Ocampo, quien a pesar de su
formación legalista (en la burocracia de las instancias de justicia) podrá
darnos una muestra de la parte humanista de su formación de mujer de izquierda,
que siente la necesidad popular y la hace suya y actúa en consecuencia.
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