“Ustedes cuando aman/ exigen bienestar/una cama de cedro/ y un colchón especial. Nosotros cuando amamos/es fácil de arreglar/con sábanas qué bueno/ sin sábanas da igual” (M. Benedeti)
Por Julio Zenón Flores Salgado
La colonia está en el mero cerro, para llegar hay que subirse
a una camioneta de redilas con tablas en vez de asientos, e irse rebotando en
los desordenados topes y baches o colgados de un tubo pasamanos, sintiendo el aire
alborotar el pelo e imaginando, como en dibujos animados, las moléculas del
coronavirus, en el roce inevitable de manos, piernas, espaldas y miradas.
En el camino uno mira una decena de templos religiosos,
desde “El Redil de las Ovejas” , de evangélicos dela Comunidad Cristiana, hasta
el Salón del Reino, de los Testigos de Jehová, la mansión de los mormones o La
Luz del Mundo, cuyo líder es procesado en los Estados Unidos.
Cuando subían por la avenida del Quemado, por la central de abastos de la Zapata, rumbo a la Ampliación
Sinaí, la presidenta municipal Adela Román Ocampo, la presidenta del DIF,
Adriana Román y el secretario de desarrollo urbano, Armando Javier Salinas, entre otros funcionarios y empleados de la comuna, ni
siquiera se imaginaban, las sensaciones que se desencadenarían, al llegar.
Rosa Naomi, una pequeña de 8 años de edad, contó los pasos que marcó sobre la tierra suelta, como si fuera de una dimensión a otra. Tardó un poco en darse cuenta que llevaba los ojos cerrados, hasta que los abrió -a la mitad del camino- para darle la mano a su hermano José Luis (de 13 años). Siguió caminando, volvió a cerrar los ojos.
-¡Ábrelos!, le decía José Luis
-¡Ábrelos!, le
insistió Humberto, y los abrió.
Reprimió un grito, con las manos en la cara, cuando vio la
construcción de cemento que le estaban entregando, de paredes limpias y altas, en
color blanco con guinda, cerradas por arriba con lámina galvanizada y por el frente
con una sólida puerta de madera. A un lado, un pequeño baño con lavabo y taza.
Volteó hacia atrás, miró a todos los reunidos ahí, que no
dejaban de observarla. Su hermano le sonrió y le dijo, ¡es para nosotros!,
mientras la alcaldesa de Acapulco, Adela Román Ocampo, se le acercaba, como si
fuera en cámara lenta, y le entregaba las llaves donde a partir de ahora
dormiría, sin temor de la lluvia o del sol.
El piso de cemento estaba fresco, lo supo porque disimuladamente se quitó el calzado de plástico y lo tocó con la planta del pie. Ahí dormiría bien, como escribiera hace años Mario Benedeti, “con sábanas qué bueno, sin sábanas da igual”.
Con la mirada
baja, con el cerebro en todo, menos en lo que ahí se decía y con el corazón
latiendo a mil por hora, escuchó los discursos hablando de empresarios que no
piensan en que todo es dinero, que ayudaron, que aportaron material o dinero,
que mencionaban a funcionarios que hicieron la vaquita para llevarles despensas
y algunos otros obsequios y, la presidenta del DIF, que le ofrecía que ahora sí
podría ir a la escuela.
Imposible no
llorar, pensaban los testigos de la escena, imposible no creer que, desde algún
lugar, de algún modo, la madre de Rosa Naomi, José Luis y Humberto, también
lloraba, al ver a sus hijos en la entrada de un mejor lugar para vivir, algo
que ella hubiera querido darles y por lo que siempre soñó.
Conmovida, Román
Ocampo destacó que, al conocer la historia de los niños su gobierno decidió
contribuir y a través del patronato del DIF Acapulco y el secretario de
Desarrollo Urbano y Obras Públicas, Armando Javier Salinas, atendieron el
llamado, se percataron que habitaban en condiciones “paupérrimas” y decidieron
realizar las gestiones para la construcción de un techo digno.
“Esta casa se hace con el esfuerzo de gente que está consiente que, si no nos convertimos en una sociedad hermana, fraterna, solidaria, vamos a pasar por la vida sin importarnos el dolor ajeno, este país requiere de gente como ustedes compañeros, compañeras, de gente generosa y solidaria; son trabajadores, son funcionarios que no tienen los grandes sueldos, que no son gente millonaria, pero son gente generosa que sintió su dolor”, destacó la primera edil del municipio, mientras sus ojos se humedecían.
Rosa Naomi, se había puesto sus huarachitos de plástico rosa,
su vestido de cuadros y un gran moño rojo en el pelo y, cuando, junto con los
demás, posaba para la foto parada en la puerta de la nueva vivienda, sus ojos
inquietos buscaban algo, entre las tablas viejas y carcomidas por la humedad
que antes medio sostenían las láminas de cartón, donde había pasado los últimos
meses con su tía María Elena Castrejón y luego dejó a la mirada vagar por el
cerrito de la Alta Sinaí, en espera de encontrarse con los ojos de su madre,
fallecida apenas tres meses atrás. (Con información y fotos de la DGCS del Ayuntamiento de Acapulco)
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