Por Julio Zenón Flores Salgado
“Lo que es una realidad es que con la alternancia política no desaparecieron todos los rasgos autoritarios del pasado, ni se han impuesto todos los aspectos del nuevo régimen democrático”.
(Cesar Cansino)
Guerrero puede ser el estado mexicano que nos de una gran
lección de la evolución de la política en el México pos-autoritario y esa señal
puede llegar con el proceso electoral del 2021, en donde “´parirán los montes”
y darán a Morena un nuevo gobierno estatal o bien darán al PRI una nueva
oportunidad, pero no al viejo y esclerótico partido tricolor, sino a otro que
se está esbozando apenas y que ni ellos mismos ven aún, pese a estar ante sus
ojos.
Hasta ahora nos hemos quedado en la superficie al decir que
Guerrero es de izquierda, cuando en realidad, es de lucha, rebelde. Por eso,
durante la era del PRI monolítico se alternaban el poder suaves y duros, en una
especie de péndulo. Hasta que se agotó y los propios grupos priistas empezaron
a migrar a otros partidos para luego regresar al priismo original de Héctor
Astudillo.
Toca a este gobernador, Astudillo Flores, definir el nuevo
rumbo político en el gobierno del estado. Unos dicen que ya lo decidió, que
decidió irse “de a muertito” para dejar el poder a Morena a cambio de poder
gozar de su retiro en paz.
No es una idea descabellada, pero no es lo que reflejan los
hechos.
Si Astudillo nadara de muertito no estaría tan vivo. Y ni
contagiado de COVID-19 lo hemos visto sentarse a ver pasar su cortejo fúnebre.
Un hombre que nada de muertito o que ha cedido la plaza no
se esfuerza por bajar los índices de inseguridad, como lo ha hecho él: de entre
los más violentos (1º o 2º) lo pasó a la lista de los menos violentos (lugar 27
entre los violentos).
Tampoco lo hemos visto, dejando pasar la pandemia cruzado de
brazos; por el contrario, diariamente ha estado recorriendo al estado, apoyado
en media docena de su gabinete de confianza, que no todo le ha respondido, debe
reconocerse, pero con los que trae de la mano le ha bastado para ser
considerado entre los diez gobernadores del país que mejor han manejado la
pandemia.
La gráfica que muestra que más del 70 por ciento aprobó la
medida estatal de ampliar el confinamiento 15 días más, mientras todo mundo
muere por salir a la calle o a la playa y mientras otros destinos ya estaban
abriendo deslumbrándolo todo, es definitiva. La gente confió en una decisión
tomada estatalmente por su gobernador, pese a no ser agradable.
El gobernador Astudillo no había entregado la plaza, como
creyeron los morenistas y algunos priistas de poca fe, en realidad, puso en
marcha el otro tipo de política: el consenso con el gobierno federal, en vez de
pelear se coordinó y eso mismo le ganó el respeto del presidente Andrés Manuel
López Obrador y con el respeto de AMLO vino el apoyo, quizá no como se hubiera
querido, pero al menos se le dejó trabajar, recorrer el estado, estar al
pendiente de los asuntos en todos los rincones de la entidad, sin que, como se
creía originalmente, le quitaran alguna parcela en la toma de decisiones, por
parte del superdelegado Pablo Amilcar Sandoval Ballesteros, a quien comenzaron
a llamar “vicegobernador”. Inteligentemente llegaron a un acuerdo: “Yo ya soy
gobernador, voy de salida, tú en cambio apenas vas a serlo”, dicen que le
susurró un día Astudillo a Sandoval.
¿Pero, qué tiene que ver el ejercicio del gobierno con las
elecciones?
Que la gente ya no se cree del discurso y de la demagogia o
de las despensas y compra de votos, como lo demostró en el 2018, ahora espera
resultados y como está viendo resultados, se empieza a reflejar en un cambio de
apreciación del viejo y desprestigiado PRI, frente al nuevo y dividido Morena.
Hoy llegaron al escritorio de este articulista dos encuestas
cuyos resultados indican que la aplastante ventaja que traía morena se redujo y
la dura desventaja que traía el PRI se atenuó: en una de ellas, la de EMCO, el
PRI perdería ante Morena por 26 por ciento frente a 31 (apenas 5 puntos de
diferencia) y en la otra, la de Política Analítica, perdería en el mismo orden
por 24.9 frente a 33.5, apenas por 9 puntos de diferencia.
¿Qué pasó?
El gobernador Astudillo se alejó de la vieja política, de
andar peleando con los otros partidos, de andar paseando o impulsando a algún
“tapado”, se alejó de ir a comprar voluntades, y se dedicó a trabajar, que es
la mejor política que se puede hacer.
Mientras, aunque seguramente hubiera querido hacer lo mismo,
el presidente López Obrador, no pudo hacer lo mismo, pues debió afrontar la
defensa férrea de su nuevo régimen, amenazado desde la derecha que quiere
regresar a los privilegios perdidos y desde la izquierda que lo quiere llevar
al socialismo, lo que le mantuvo ocupado.
El resultado, según esos datos duros, válidos solo para hoy -mañana
puede ser distinto- es que Astudillo jaló hacia arriba al PRI, mientras Morena
se fue hacia abajo, con su jefe político ocupado en defender su gobierno en el
país.
Hoy la competencia es más incierta, un PRI menos débil y un
Morena fuerte pero no apabullante, garantizan una contienda épica, en donde
ninguno de los dos ganará o perderá todo. Y con ello, y bajo la atenta mirada
de López Obrador, empeñado en construir una nueva democracia en la que no haya
fraudes electorales, estará naciendo una nueva forma de hacer política, en la
que el que termine beneficiado sea el pueblo.
Una competencia electoral donde nunca como ahora el
candidato será lo determinante.
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