Por JULIO ZENÓN FLORES SALGADO
Lo ocurrido el viernes 11 de enero durante la visita del
presidente de la República Andrés Manuel López Obrador a Tlapa de Comonfort, en
la Montaña de Guerrero, sólo profundizó el distanciamiento que ya venía
existiendo entre el representante del gobierno federal el morenista Pablo
Amilcar Sandoval Ballesteros y el gobernador de la entidad Héctor Astudillo
Flores.
El que hayan abucheado al gobernador durante el evento
cuando se disponía a dar la bienvenida al presidente de la República para
cumplir un protocolo republicano no se justifica desde ningún punto de vista,
independientemente del grado de descontento que una parte de la población o de
los militantes de Morena respecto de la forma en que el mandatario estatal ha
ejercido el gobierno.
Tampoco debiera de ser, sin embargo, un motivo para romper
lanzas y desenterrar el hacha de la guerra.
Las disculpas del presidente de la república López Obrador hacia
el gobernador Astudillo Flores debieran bastar para resarcir el orgullo herido
con los gritos de la turba, una turba que no es fácil controlar y por lo cual
es también difícil de descargar culpas en una sola persona por la actuación de
lo que podemos llamar Fuenteovejuna.
Es entendible que el gobernador se indignara y es entendible
que pidiera una explicación, lo que parece ser extremo es la mención pública de
la responsabilidad que se le carga al representante del gobierno federal.
Se puede especular muchas cosas acerca de la intención del
reclamo público a través de las redes sociales, desde la posibilidad de que
haya sido una medida pensada desde los asesores de prensa para quitarle el peso
de un reclamo representativo de los habitantes de una región del estado y
convertirlo en un ataque político de un personaje que se ha convertido en el
villano favorito de los aplaudidores del inquilino de casa Guerrero, hasta el
arranque con ese tuit de una operación política destinada a marcar los campos
entre las fuerzas políticas y acotar a Amilcar, buscando además mostrarlo como un
sujeto atrabiliario que no responde a la política mesurada que está impulsando
el presidente mexicano en sus relaciones con las otras fuerzas políticas
nacionales.
Pero más allá de la especulación debemos asentar que en ese
tipo de eventos presidenciales no se congrega el pueblo “libre”, sino sólo los
invitados, incluso los “agradecimientos espontáneos” no lo son, sino que se
trata de personas seleccionadas previamente por los organizadores que son
quienes otorgan el gafete de acceso y hasta el transporte para llegar al lugar
del evento y lo ponen en la agenda y le revisan el texto de lo que dirá. Ahí no
existen cosas al azar.
De ello se deriva entonces que la gran mayoría de los
asistentes, sino es que todos, fueron militantes de Morena, beneficiarios
además de programas federales de apoyo, los cuales por lo tanto, se sienten
agradecidos con su partido y el presidente López Obrador.
El ambiente pues era desde el principio hostil para un
gobernador proveniente del PRI, al que han convertido en el enemigo público, en
todo discurso del partido guinda, colocándolo como el origen de todos los
males.
En ese ambiente no era necesario organizar un abucheo, más
bien era necesario acotarlos, controlarlos, mesurarlos, en ese sentido los
organizadores Pablo Amilcar y Félix Salgado Macedonio podrían en todo caso ser
señalados de no haber previsto el bochornoso episodio y de no haberlo
prevenido. Sería omisión más que impulso, su responsabilidad.
Hay que recordar que desde el año 2000 es casi normal la
convivencia entre representantes de gobierno que provienen de distinto partido
y que eso debiera ya ir configurando una cultura de pluralismo, es tolerancia,
pero que no se quede en el nivel del discurso sino que baje hasta los cimientos
de los partidos, para que se puedan arreglar las diferencias de manera pacífica
y sin recurrir al insulto o a la diatriba.
Hoy México vive una etapa en la que ha dado una vuelta de
tuerca más a la historia y ha dado un nuevo paso a la democracia con lo que los
lopezobradoristas llaman la cuarta transformación y eso lleva implícita la
obligación de construir una nueva cultura. No se puede concebir la democracia
sin pluralidad, tolerancia y convivencia pacífica.
Es necesario entendernos y aceptarnos en nuestras
diferencias, es momento de que desde el gobierno de la república y los
gobiernos estatales y municipales, se lance una campaña profunda de tolerancia,
como un valor democrático, lo cual no elimina las diferencias políticas ni las
acciones de cada personaje o fuerza política para posicionarse y ganar espacios
públicos.
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