TRASFONDO
Julio Zenón Flores
Parte de la agudización de las manifestaciones que se
realizan en Guerrero, a raíz de la desaparición de 43 jóvenes estudiantes
normalistas, tiene que ver más que con su aparición con vida, con un asunto
meramente político coyuntural y que empuja a la ruptura, dentro de la clase
política estatal.
Las fuerzas políticas que empujan la ruptura, en este caso
representada por la no realización del proceso electoral en la fecha establecida,
aprovechando el estallido espontáneo de las masas por la masacre de Iguala, son
aquellas que han visto cerradas sus posibilidades de acceder al poder por la
vía tradicional, debido a que en Guerrero se detuvo la rotación de élites,
impidiendo sangre nueva en el gobierno, visiones modernas, acceso a la
democracia participativa y estancamiento en el desarrollo económico.
Esto no es nuevo, si leemos a Paco Ignacio Taibo II en su libro sobre Juan R, Escudero, nos daremos cuenta cómo en esta entidad los grupos de poder han frenado el desarrollo y cómo la parte que se ve desplazada se aprovecha de las necesidades e inconformidades de las partes menos favorecidas de la sociedad, para obligar a los poderosos a abrir los espacios.
Esto no es nuevo, si leemos a Paco Ignacio Taibo II en su libro sobre Juan R, Escudero, nos daremos cuenta cómo en esta entidad los grupos de poder han frenado el desarrollo y cómo la parte que se ve desplazada se aprovecha de las necesidades e inconformidades de las partes menos favorecidas de la sociedad, para obligar a los poderosos a abrir los espacios.
En la práctica, si uno ve los nombres que se manejan para
ser candidatos hoy, dentro de la clase política tradicional, por todos los
partidos, incluyendo los recién creados, son los mismos de hace al menos diez
años, o, en el mejor de los casos, son sus hijos y hasta sus nietos.
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Julio Zenón Flores. Politólogo y marketer digital |
Quienes no pertenecen a esa élite y han aspirado por la vía
tradicional –digamos la electoral- a arribar al poder, han sido defenestrados,
ablandados y desprestigiados, como señaló Sergio Meyer en una mesa de análisis
con Denisse Dresser realizada el año pasado y en Guerrero, eso es lo menos que
le puede pasar a quienes no son parte de ese grupo selecto, ya que en otras
ocasiones han sido eliminados físicamente. Armando Chavarría, Arturo Hernández,
Margarito Genchi, son parte de esa acción macabra.
La élite que detenta el poder en Guerrero asume que el
cambio generacional se da cuando heredan a sus hijos los cargos de
representación popular. Revise usted los nombres de hace diez años y los de
ahora y verá que ahí están Aguirre, Figueroa, Juárez Cisneros; en las
diputaciones están otra vez Apreza y Astudillo, y ahí vienen ya los hijos que hasta se llaman
igual, sólo cambia el segundo apellido. Imagínese el lector ahora que ya existe
la reelección, si eso representa para los guerrerenses un cambio democrático o
no.
Todo ello sustenta que no hay más remedio que buscar la
ruptura, si no se van por la buena, hay que empujarlos, pero el desarrollo
democrático necesita de la rotación de élites para mantener la estabilidad y la
gobernabilidad.
Los dinosaurios de la política han reaccionado ya contra los
nuevos valores y, mientras en el congreso local impulsan una auditoría a la
UAGro, para frenar y desprestigiar al rector, en Acapulco ya se desató una
campaña en redes contra el joven dirigente de Coparmex, Joaquín Badillo y se ha
intentado avasallar a Evodio Velázquez.
En el gobierno federal ya hacen cálculos al respecto y se
espera que muy pronto lancen una embestida para garantizar que los comicios se
lleven a cabo, aunque valoran también la posibilidad de abrir los espacios para
garantizar esa rotación de élites, sin llegar a la ruptura.
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