Jesús Lépez
Ochoa
Si, leyó
bien: la guerrerense, es una sociedad conservadora. Mucha izquierda, mucho “progresismo”,
una permanente lucha social, pero el
estado de las cosas prevalece y por mucho que nos duela, se debe en gran parte a
nuestra eterna oposición a todo aquello que lo altere.
Queremos seguir como estamos, o al menos así lo
hemos demostrado a lo largo de la historia reciente de nuestro estado.
No hay inversión sin oposición. En cuanto se anuncia,
tal o cual organización se arroga la representación del “pueblo” y reduce este
concepto a un grupo de personas sean o no realmente afectadas.
El resto de la sociedad, pasa a segundo término. Por
diferencia de intereses ya no encaja en su definición de “pueblo” y debe
soportar horas de embotellamiento por bloqueos, marchas, plantones, en
ocasiones agresiones, sin que se le respete su más elemental derecho a decir
que está o no a favor del proyecto, o lo que es peor, que ni siquiera le
interesa.
Es que, para colmo, regularmente quienes usan su
derecho a manifestarse rechazan que quienes no piensan igual utilicen el suyo. Quien
así lo haga recibirá en respuestas arengas públicas llenas de calificativos
ofensivos en el que las categorías de “traidor a la patria” y “enemigo del
pueblo”, serán lo más ligero de digerir.
Que si una marina, los lancheros; que si La Parota
o las minas, los comuneros; que si la termoeléctrica, los pescadores; que si
remodelan la costera en Acapulco, los restauranteros; que si mejorar la
educación, los maestros; que si el Acabus, los transportistas.
Protestamos por todo y no avanzamos en nada. Por el
contrario, los indicadores retroceden y el statu
quo prevalece, ante la satisfacción de quienes tienen en la conservación de
ese estado de las cosas el sustento de sus organizaciones y en ocasiones, hasta
el de sus familias. Cuento de nunca acabar.
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