Del blog de Jesús Silva-Herzog
La primera batalla del 2012 será por el segundo lugar. ¿Qué
partido podrá colocarse en posición para afrontar al puntero? ¿Qué
candidato podría fastidiarle la fiesta al PRI? No es probable una
contienda a tercios ni tampoco una victoria sin reto. Si hoy parece que
el PRI no tiene rival, las cosas pueden cambiar velozmente. Nuestras
reglas han alentado la decantación de las opciones para dejar al final
del día una disyuntiva elemental a manos del elector. Así fue en el 2000
cuando el eje fue la alternancia y así, seis años después, cuando se
votó por la confiabilidad de López Obrador. Dos polos que imantan la
elección, marginando a la tercera fuerza. No veo por qué habría de ser
distinto ahora. Lo que no sabemos es quién se colocará frente al PRI.
No conocemos el resultado, pero ya se ha resuelto si la izquierda puede colocarse en esa plataforma del desafío. En estas horas recientes se ha levantado la pareja de encuestas de la que saldrá el candidato presidencial del PRD. No hubo campaña formal entre los aspirantes. No se presentaron al debate al que se habían comprometido. Una contienda en la sombra. Los limitaban, por supuesto, las absurdas reglas de nuestra democracia tutelada pero sobre todo, se restringían ellos mismos al no querer correr el menor riesgo de atizar el viejo, apasionado pleito en su partido. Si algo ha faltado en esta lucha por la candidatura de la izquierda es precisamente pasión. Sorprende la parsimonia de estas campañas disfrazadas. Alguna gira por ahí, un discurso, desplegados, entrevistas. Una contienda sorprendente por su baja intensidad. La enfática moderación de ambos aspirantes es, a mi entender, anticipo de que los vaticinios de la ruptura volverán a frustrarse. Más aún, creo que es creíble el compromiso de ambos con el resultado que se anunciará dentro de unos días. Hace unos meses estaba seguro de que Andrés Manuel López Obrador se empeñaría en ser nuevamente el candidato a la presidencia y no soltaría la estafeta por motivo alguno. No lo veo así ahora. Más allá de su nuevo tono, no puede negarse que se ha resistido a la ruptura a la que muchos lo apresuran. Durante seis años apretó la cuerda, caminó en el precipicio, llevó la tensión política al extremo. Hoy parece estar jugando con otras cuerdas y con otro propósito. Creo que Andrés Manuel López Obrador reconoce que mucho podría ganar perdiendo.
No conocemos el resultado, pero ya se ha resuelto si la izquierda puede colocarse en esa plataforma del desafío. En estas horas recientes se ha levantado la pareja de encuestas de la que saldrá el candidato presidencial del PRD. No hubo campaña formal entre los aspirantes. No se presentaron al debate al que se habían comprometido. Una contienda en la sombra. Los limitaban, por supuesto, las absurdas reglas de nuestra democracia tutelada pero sobre todo, se restringían ellos mismos al no querer correr el menor riesgo de atizar el viejo, apasionado pleito en su partido. Si algo ha faltado en esta lucha por la candidatura de la izquierda es precisamente pasión. Sorprende la parsimonia de estas campañas disfrazadas. Alguna gira por ahí, un discurso, desplegados, entrevistas. Una contienda sorprendente por su baja intensidad. La enfática moderación de ambos aspirantes es, a mi entender, anticipo de que los vaticinios de la ruptura volverán a frustrarse. Más aún, creo que es creíble el compromiso de ambos con el resultado que se anunciará dentro de unos días. Hace unos meses estaba seguro de que Andrés Manuel López Obrador se empeñaría en ser nuevamente el candidato a la presidencia y no soltaría la estafeta por motivo alguno. No lo veo así ahora. Más allá de su nuevo tono, no puede negarse que se ha resistido a la ruptura a la que muchos lo apresuran. Durante seis años apretó la cuerda, caminó en el precipicio, llevó la tensión política al extremo. Hoy parece estar jugando con otras cuerdas y con otro propósito. Creo que Andrés Manuel López Obrador reconoce que mucho podría ganar perdiendo.
Valdría la pena jugar por unos momentos con la ficción del futuro
inminente. Creo que la candidatura de Marcelo Ebrard es posible. La veo,
no solamente como la mejor carta para la izquierda sino, incluso, como
el mejor desenlace para el propio López Obrador, quien difícilmente
podría igualar la leyenda del 2006. La derrota parece, de hecho, una
oportunidad inigualable. En el instante en que López Obrador reconociera
la posible ventaja de Ebrard en las encuestas y le levantara la mano
como el abanderado de la izquierda, cambiaría radicalmente la percepción
pública del político tabasqueño. Reinvención instantánea. En un tris,
se borraría la estampa del hombre que no sabe perder, del político que
no reconoce más ley que la propia y aparecería la figura del político de
convicciones que, a pesar de su inmenso capital, reconoce la ventaja de
otro y le ofrece su respaldo. El gesto sería la última pieza de su
2006: gané y luché por mi victoria sin transigir un milímetro. Cuando
perdí, lo acepté generosamente. El mito de López Obrador reclama el
gesto de la derrota aceptada.
Si la semana concluye con el parto de la improbable candidatura de Marcelo Ebrard, el escenario nacional se habrá sacudido profundamente. Mientras el PAN sigue sin candidato, la izquierda tendría ya abanderado. El nerviosismo cundiría en las cúpulas del PRI. Nada preocupa tanto a los priistas como una candidatura que pudiera reavivar el dinámica del voto útil y nadie como el alcalde del Distrito Federal podría activarla. Si la candidatura de López Obrador sería oxígeno para los panistas, la de Ebrard sería letal para las esperanzas de ese partido. A pesar de su ambiciosa agenda social, muchos panistas, movidos por su antipriismo vertebral, voltearían a considerar al alcalde de la Ciudad de México. Ebrard contaría, además, con el poderoso impulso de la sorpresa. En el campo donde todos imaginaban un candidato cansado y con alto repudio, podría aparecer un político que no genera odios y que mira hacia el centro. Un candidato que, sin embargo, toma riesgos y muestra resultados.
¿Habrá sorpresa?
Si la semana concluye con el parto de la improbable candidatura de Marcelo Ebrard, el escenario nacional se habrá sacudido profundamente. Mientras el PAN sigue sin candidato, la izquierda tendría ya abanderado. El nerviosismo cundiría en las cúpulas del PRI. Nada preocupa tanto a los priistas como una candidatura que pudiera reavivar el dinámica del voto útil y nadie como el alcalde del Distrito Federal podría activarla. Si la candidatura de López Obrador sería oxígeno para los panistas, la de Ebrard sería letal para las esperanzas de ese partido. A pesar de su ambiciosa agenda social, muchos panistas, movidos por su antipriismo vertebral, voltearían a considerar al alcalde de la Ciudad de México. Ebrard contaría, además, con el poderoso impulso de la sorpresa. En el campo donde todos imaginaban un candidato cansado y con alto repudio, podría aparecer un político que no genera odios y que mira hacia el centro. Un candidato que, sin embargo, toma riesgos y muestra resultados.
¿Habrá sorpresa?
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