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“Ni quiero ni puedo”

BAJO FUEGO

José Antonio Rivera Rosales

Causó asombro e, inclusive, en muchos casos indignación, la reciente declaración de Zeferino Torreblanca Galindo quien, durante su presentación como candidato del PT a la alcaldía, se presentó casi casi como el salvador de Acapulco.
Con su característica soberbia, Torreblanca había afirmado que sólo él, “nadie más, sólo Zeferino” puede lograr la transformación de Acapulco.
Empero, cuando fue cuestionado sobre el tema de la violencia, en seguida matizó: “Nó, yo solo no puedo, no soy un nuevo mesías, yo requiero de la sociedad, requiero que todos me ayuden en la difícil tarea de recuperar Acapulco en todas las áreas, incluyendo el tema de la inseguridad”.
Acompañado por Alberto Anaya Gutiérrez y Victoriano Wences Real, los dirigentes nacional y estatal del Partido del Trabajo, el exgobernador fue presentado como un “candidato de lujo” para la alcaldía del puerto debido a su experiencia como un gobernante que tendría la capacidad para rescatar “nuestro maltrecho Acapulco”.
En principio habrá que ponderar la conducta mercenaria de esa agrupación, el PT, que constituye una rémora política que se alimenta de los despojos que le van dejando los partidos políticos dominantes y, en ese sentido, es un vulgar legitimador del sistema.
Desde su fundación en 1990, Anaya ha estado al frente del PT como parte de un sector de la falsa izquierda, de la que es un aprendiz competente su comisionado en Guerrero, Victoriano Wences, el mismo sinvergüenza que registró a su esposa a una diputación plurinominal. De ese núcleo de bandidos es ahora candidato Zeferino Torreblanca, quien se dice destinado a “rescatar” a Acapulco del pozo sin fondo en el que se encuentra.
Todos ellos integran, pues, una familia feliz dispuesta a seguir medrando del presupuesto público.
Como para generar más polémica, Zeferino se lanzó contra el exgobernador Ángel Aguirre Rivero a quien calificó como un “irresponsable” por entregar el estado de Guerrero en una grave situación de ingobernabilidad, insultos que fueron inmediatamente correspondidos por el oriundo de Ometepec.
Aquí habría que establecer una pausa para hacer las precisiones debidas con un poco de ayuda de memoria:
A Zeferino Torreblanca ya se le olvidó que el 5 de agosto de 2005, cuando comenzaba su gestión como gobernador del estado, hizo una declaración que se convirtió en una frase célebre: “Ni quiero, ni puedo, ni tengo porqué combatir al narcotráfico”.
El entonces mandatario contestó así a cuestionamientos de prensa que le inquirían su postura luego de un ataque con granadas contra el Cuartel de la Policía del Estado instalado en Llano Largo, perpetrado por la guerrilla.
En lo sucesivo esa frase se constituyó en la marca de la casa porque, efectivamente, su gobierno jamás combatió a la delincuencia organizada, labor que dejó total y absolutamente en manos del gobierno federal.
Es imprescindible puntualizar que durante su gestión (2005-2011) fue cuando estalló la violencia delincuencial así como los asesinatos selectivos, los que jamás le importaron dada su conducta displicente frente a los cada vez más numerosos homicidios que se esparcieron por las calles de Acapulco -y de otras ciudades de Guerrero-.
Aunque pareciera un poco arbitrario definirlo por ciclos gubernativos, la violencia criminal tuvo algunos episodios de incubación, desarrollo y polarización que se corresponden claramente con periodos de gobiernos muy bien definidos.
Para decirlo de manera más precisa, el cartel de las drogas encabezado por Arturo Beltrán Leyva -fuente original de la violencia que padecemos en casi todo el estado de Guerrero- se instaló en el puerto de Acapulco durante la gestión de René Juárez Cisneros (1999-2005), cuando estos criminales pasaban por empresarios en el exclusivo fraccionamiento Las Brisas.
Un incidente ocurrido aquellos años en ese mismo fraccionamiento, que estuvo a punto de terminar en balacera, da una idea de la forma en que los criminales pululaban sin problemas por la zona de los ricos de Acapulco.
Una posta de seguridad del cartel se topó por causalidad con el grupo escolta del gobernador Juárez Cisneros, cuyos elementos se alarmaron de que en la entrada de Casa Acapulco había desconocidos armados negados a identificarse. En un momento determinado, ambos grupos -sicarios y escoltas del mandatario- se encañonaron mutuamente, ante lo cual finalmente los pistoleros optaron por identificarse: “Estamos arreglados con A-1”.
Entonces los ánimos se calmaron. En el código policial, “A-1” es la clave con la cual se identifica al gobernador. Lo que decían los sicarios es que estaban de vigilancia con el consentimiento de Juárez Cisneros. Así, podría decirse que este periodo del gobierno de RJC fueron los años de incubación y desarrollo del crimen organizado.
Como es del conocimiento público, en diciembre de 2009 fue cazado y asesinado en Cuernavaca el jefe del clan, Arturo Beltrán Leyva, lo que generó una atomización de los grupos que integraban el cartel original, mismos que estaban sujeto a una estructura de mando so pena de muerte a quien violara los principios dictados por el capo.
A partir de enero de 2010, tras la muerte del capo, se desató el infierno que ahora padecen todas las familias guerrerenses. Fue la cúspide de la administración de Zeferino Torreblanca como gobernador, quien hizo absolutamente nada para prevenir, combatir o mitigar la violencia que cada vez más afectaba a ciudadanos y ciudadanas inocentes.
Es claro que durante el gobierno siguiente, el de Ángel Aguirre Rivero, la problemática se salió de control en particular debido a los ataques en Iguala contra los normalistas de Ayotzinapa, crimen que generó la mayor crisis de gobernabilidad que haya padecido Guerrero en su historia contemporánea.
Por eso es inaudito que Torreblanca venga ahora a decir que sólo él salvará a Acapulco. Vino a trabajar, sí, pero para tumbar votos a los candidatos de izquierda, con lo cual en realidad estará haciendo el trabajo sucio al candidato priista Ricardo Taja Ramírez, para
ayudarlo a ganar la alcaldía. Es una lástima.

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