TRASFONDO
Julio Zenón Flores
Hay tres cosas que son como veneno para la violencia:
desarrollo económico (empleo), participación ciudadana y promoción cultural.
Probado está que violencia no se combate con más violencia.
Cuando las visiones autoritarias y policiacas se imponen, como ocurrió en el
periodo del panismo más atrasado que encabezó Felipe Calderón, la violencia se
escala. De esa administración para acá han muerto más personas en la república
que en países con guerra abierta y descarada, como varios del medio oriente,
incluidos turistas, en especial en Acapulco y Zihuatanejo y eso hablando sólo
de los muertos que se han hecho públicos, porque hay una cifra negra que no se
conoce.
Esas víctimas de la guerra sorda en las partes altas de las
colonias, donde se balacean y cada bando recoge y se lleva sus muertos y donde
los vecinos no denuncian, no dicen nada, no solo por temor, sino porque
desconfían de las autoridades, porque sienten resentimiento hacia el gobierno por
la pobreza en que viven y también porque culturalmente se sienten afines a los
encantos del narcocorrido, de las leyendas del bandido bueno, de la versión de
que todo muerto es malo, es, para decirlo coloquialmente, “porque andaba en
malos pasos” y porque “se matan entre ellos”.
La muerte por violencia se convierte en una subcultura
lúgubre que se consiente y se asimila desde niños y permea los juegos
infantiles, las aspiraciones motivacionales de los jóvenes y el conformismo de
los viejos.
Los asesinos, sicarios y militares torvos, tienen en los
ciudadanos culturizados por el narco, a unos verdaderos cómplices. Y esa
subcultura va creciendo, penetrando como la humedad en todos los rincones de
nuestra sociedad, desde las escuelas de educación básica, donde ya parece
normal la guerra de pandillas y el tráfico de droga, hasta las más altas
esferas, donde se sabe de funcionarios que no trabajan si no sorben primero una
línea de cocaína.
Si la mitad del presupuesto que se destina a los inútiles
gendarmes, que llegaron hace meses a Guerrero y se les ve frecuentemente arriba
de sus camionetas con aire acondicionado o en sus motocicletas de tres ruedas,
europeas, de lujo, tomándose fotos con las jovencitas locales o la selfie en
los escenarios del crimen, junto a algún cadáver, si la mitad de ese
presupuesto se dedicara a cultura, a impulsar foros y espacios culturales en
cada colonia o barrio, y se amarraran acuerdos con los medios de comunicación
para una gran cruzada de rescate de nuestros valores, habría menos muertos, más
ciudadanos participando y por ende, más posibilidades de empleo, pues las
inversiones productivas tendrían más posibilidades de asentarse en este
territorio hoy vedado.
Pero no se trata de impulsar solo las artes, que por cierto
ya se hace y muy bien, aunque para goce y disfrute de muy pocos, sino de ir
mucho más allá y hablar de cultura, en toda la extensión de la palabra,
cultura, educación y arte, se complementan no se excluyen, como creen los
actuales funcionarios de las áreas de cultura municipales, estatales y
federales.
Hay una atisbo de esperanza en esa concepción cultural, en
quienes desde dentro de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGRO) ya impulsan el retirar el nombre a las
llamadas casas de cultura y denominarlas como lo que realmente son: centros de
artes, para que tampoco se confunda la cultura con mover la cola con la zumba,
para que las primeras damas se luzcan en ropa deportiva.
La cultura debe llegar a cada colonia, no hay más. Si
queremos parar esta violencia.
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